Descubrir un disco sin atender las reseñas de
los especialistas produce cierta satisfacción. Es cierto que alguna influencia previa siempre se tiene. Los artículos o comentarios musicales suelen estar repletos de referencias, comparaciones, y otras diatribas con las que
los especialistas se adornan y, en ocasiones, nos abruman. Pero adentrarse en una tienda de música, algo que hoy es prácticamente imposible, y rebuscar sin la intención concreta de encontrar un determinado disco, siempre me produjo un cierto placer. Así fue como me topé con este 100 Hearts. Tenía noticias y un vago conocimiento del pianista francés
Michel Petrucciani, incluso podría soltar alguna perorata sobre las influencias recibidas de otros músicos pero nunca había escuchado su música.
Supongo que la mayoría de las personas cuando escuchamos música no divagamos sobre la trascendencia de la pieza musical, ni elucubramos sobre la posibilidad de marcar hito en la historia musical del género; simplemente nos dejamos llevar. Luego vendrán los expertos que todo lo saben y todo lo encorsetan, para clasificar, puntuar y evaluar. Pero a los simples aficionados lo que suele interesarnos es la emoción, la alegría o el simple placer de escuchar por escuchar, sin mayores pretensiones; lo que nos interesa, en definitiva, es el placer de la música, sin otras consideraciones.
Como diría alguien:
nadie es perfecto. Cuando escucho música me gusta cerrar la habitación, apagar la luz si es de noche, oscurecerla si es de día, cerrar los ojos y dejarme seducir por los acordes. Es el encuentro con la música, acaso el reencuentro con uno mismo. Es un ejercicio de interiorismo, placentero y eficaz para más cosas de lo que podamos imaginar. Cuando era pequeño, mis educadores me decían que era bueno hablar a solas con el dios que ellos me imponían y contarle mis inquietudes. Hace mucho que dejé de ser pequeño, acaso ahora sea adulto; también soy más imperfecto. El caso es que no hablo en silencio; mi ejercicio favorito es dejarme llevar y embaucar por la música hasta donde ella quiera llegar. Y uno de los discos que me llevan a ese mundo, propio y extraño, es este
100 Hearts.
Un hombre solo con un piano es capaz de crear un universo sonoro casi tangible. No puedo oír este piano mientras realizo cualquier tarea. Hay músicas que son para escucharlas, también es cierto que otras pueden ser como ese escenario que nos rodea y no percibimos por ordinario, frecuente o común y que sirven para oírlas, bailarlas o para ocultar otras cacofonías. No es el caso de este dsico de
Petrucciani. Desde las primeras notas se percibe una autenticidad y una profundidad que te van sumergiendo en un espacio reflexivo a la vez que lírico, romántico; intimista. Luego te percatas de que el pianista ejecuta las piezas de manera virtuosa: a veces templada, lenta y pausada, en otras ocasiones ataca el teclado de manera poderosa, violenta y veloz. Pero incluso en esas vertiginosas sucesiones de notas interminables subyace y fluye la emoción de lo que está hecho desde el corazón, desde 100 Hearts.
Alojado en
La calle del swing